Después de una semana de ausencia, debido al puente "literario" que me tomé la semana pasada, vuelvo con ganas de sentarme y volver a divagar. Me estuve planteando el escribir o no, pero no os voy a mentir, me pudo la vagancia y tampoco mi nivel de inspiración anda en unos niveles muy óptimos. Quizás la secuenciación de la semana no haya sido muy acertada y el hecho de no haber cogido un ritmo de trabajo, ha facilitado que mi sillón me atrapara (y eso que no lo uso demasiado).
Debo reconocer que he tenido que ponerme algo de música de fondo para poder centrarme. He hecho varias pruebas: algo de temazos indies del momento (os recomiendo escuchar el canal Mistify o alexrainbirdMusic), pero necesitaba algo más calmado y un poco "cortavenas", decidiéndome por Kodaline. Respecto a la entrada de esta semana, que mejor que narrar el ambiente que percibo en estas semanas en mi propio "cole". Y hoy no voy a hablar de los alumnos, voy a centrarme en la figura del docente. Esos espectros (con todo mi cariño) que vagan últimamente por los pasillos del centro, con rostros aterradores, y que nos indican que las baterías a están próximas a su fin.
Cuando nos invaden las fechas finales de cada trimestre, todo cambia en torno a la figura de un profesor. Empiezan a aparecer las carreras para acabar los temarios y contenidos correspondientes, exámenes para todos, corrección de los miles de papeles que quedarán aparcados en una caja aleatoria días después (y eso que decimos que son importantes), preparación de festivales y actuaciones magistrales, revisión y firmas de los boletines (premios y castigos acechan a nuestros alumnos) y un sinfín de tareas que nos permite "disfrutar" de esta fase del curso. Cualquier docente que esté leyendo esto, seguro que le han venido a la cabeza miles de escenas cotidianas similares o muy parecidas a la llana descripción de antes.
Creo que nuestra profesión crea en nosotros un desgaste excesivo. Muchas personas se quedan en las vacaciones que tenemos (los que las tienen) y que nuestro horario es muy reducido. Y sus argumentos quedan ahí, simplemente en eso. Tampoco puedo defender que sea un trabajo excesivamente duro a nivel físico (aunque podemos preguntar a un profesor de Infantil), nada que ver en comparación con personas que cargan materiales, construyen, colocan estantes,... Pero este trabajo es cada día más complejo de afrontar. No solo porque arrastramos una hilera de tareas y responsabilidades que nos dejan secos sobre todo a nivel mental, sino también por todo lo que nos va acompañando: la presión social y mediática.
La opinión pública desconoce la cantidad de horas que invertimos en nuestras casas para preparar y organizar una sola clase o sesión, los materiales que creamos o adaptamos (Internet nos facilita mucho esto), los papeles que debemos cubrir para nuestro diario de aula o para los registros colegiales, las adaptaciones que debemos remarcar sobre esos alumnos que necesitan otro tipo de ayuda, la búsqueda de estrategias que me ayudarán (o no) ante tal grupo, persona o curso determinado, nuestro proceso formativo permanente en las metodologías (ahora que está tan de "moda"), la corrección de fichas o pruebas escritas,... Estos "deberes" son inapreciables para nuestros críticos, pero están ahí y los sacamos adelante a mayores de los horarios marcados para ello. También digo que no es por caridad y porque somos muy majos; tenemos unas obligaciones y debemos cumplirlas, aunque en ocasiones, el precio que pagamos es grande.
Otra situación que dificulta este estado es el manejo de los diferentes conjuntos humanos. Vivir diariamente con grupos tan amplios es complejo. Tratar de conectar con cada uno o intentar cubrir las diferentes necesidades que muestran o van surgiendo; ejercer de educador, de psicólogo, de terapeuta, de mediador, de figura familiar, de curandero, de motivador con veinticinco criaturas simultáneamente es tremendamente complicado (al menos para mí) e incluso agobiante (sobre todo si no funciona); agrupamientos que están aprendiendo a relacionarse, a superar los diferentes retos académicos, a resolver historias que van saliendo a la luz, a bloquear la violencia, a ajustar sus cambios hormonales y emocionales, a convivir con la vida paralela que tienen en sus realidades hogareñas,... Será de las pocas situaciones laborales donde haya que satisfacer a tantos "clientes" coetáneamente. ¡Pero qué reto tan apasionante por otro lado!
Para rematar, considero que no habrá empleo en el ámbito social tan cuestionado como el nuestro. En los últimos tiempos, salen continuamente noticias relacionadas con la Educación y nos ofrecen pautas de cómo hacer nuestro trabajo. En muchas ocasiones, son personas "preparadas" y "formadas" en una ciencia tan compleja como la pedagogía y la psicología, con una "amplia" trayectoria profesional docente y buscando el bienestar de "todos". Es cierto que debemos replantearnos urgentemente muchas de las acciones que planteamos, pero necesitamos que nuestro entorno sea analizado por auténticos profesionales y por un consenso docente. No por esto, debemos dejar de escuchar la opinión pública, tan necesaria para hacernos pensar y reconsiderar situaciones que no vemos desde dentro. Lo único que debe cambiar es el planteamiento: pasar de un ataque dialéctico a una cooperación que permita crear mejoras en el servicio que ofrecemos.
Tan solo pido que aprendamos a valorar y respetar a un colectivo que maneja lo más importante de una sociedad, el presente y su propio futuro, los chicos que actualmente están en las aulas. Considero necesario respetarlo, aunque también, a la par, que seamos exigentes con el mayor tesoro.
Con esta entrada me despido ya hasta el próximo año. ¡Nos vemos en el 2017!